Macarena Aguilar es diseñadora industrial y fundadora de DAW, una empresa especializada en diseño creativo que abarca desde branding hasta interiorismo para marcas y espacios comerciales. Entre sus proyectos destacados se encuentra su colaboración con restaurantes como La Dicha, donde ha participado en la conceptualización integral: desde el desarrollo del nombre y el diseño de mobiliario, hasta la elección de platos y la creación de alianzas para incorporar arte contemporáneo de primer nivel en los espacios. También ha sido clave en la creación de la identidad de marca y el diseño de tiendas y corners comerciales para Okwu, una emergente marca chilena de maquillaje.
Además de liderar el área comercial de DAW, Macarena es miembro fundadora de la comunidad Antenna y actualmente desempeña el rol de Directora de la Fundación.
Para cerrar el 2024 conversamos con Macarena sobre su visión del arte, el diseño y la vida.
¿Qué te llevó a involucrarte en el mundo del arte?
Siempre he sido una coleccionista de cosas. Nunca compro un solo objeto; me interesa más lo que ocurre cuando los objetos se acompañan. Si compro un candelabro, compro dos. Si me gusta una planta, compro dos, y así sucesivamente. Durante mis viajes, fui adquiriendo objetos y, al organizarlos y ponerlos en relación, empezó a formarse una especie de colección. Coleccionar, creo, siempre ha estado en mi ADN.
Más tarde, conocí a Alfonso Díaz mientras trabajaba como asesora del Consejo de Diseño en la DIRAC, durante el primer gobierno del Sebastián Piñera. En ese periodo, se unieron varias voluntades institucionales para apoyar talentos emergentes en el diseño, con el objetivo de internacionalizarlos y posicionarlos en escenarios clave. Logramos llevar diseñadores a eventos como el Salón del Mueble en Milán y la Semana del Diseño en Londres.
Con el cambio de gobierno, estos esfuerzos se desarticularon, pero yo ya había aprendido mucho sobre la internacionalización, algo que también se aplica al arte. Alfonso y yo mantuvimos nuestra amistad, y fue él quien me vendió mi primera obra: una pieza de Cecilia Avendaño, que ahora está en la entrada de mi departamento. Desde ese momento, me apasioné por el arte y no he dejado de coleccionarlo.
¿Cómo conociste a Antenna?
Además de mi amistad con Alfonso, conocía a Cota Guell desde el colegio, y con Elisa Ibáñez teníamos un amigo en común, el artista y diseñador Sebastián Errázuriz. Cuando comenzaron con este proyecto, me invitaron a participar. Incluso me ofrecieron ser parte del primer directorio, pero en ese momento estaba esperando a mi primera hija, además de tener que mantener mi oficina y otros proyectos en marcha. Aunque no pude unirme al directorio en esa primera instancia, fui socia desde el principio y los apoyé en todo lo que pude.
¿Y cómo cambió esto tu relación con el arte?
El arte es como un vicio: mientras más te involucras, más aprendes y entiendes. El otro día, alguien me comentó: “¡Oh! ¿Fuiste a la feria en Miami? ¿Qué compraste?” Le respondí: “Nada”, y me preguntó: “¿Entonces para qué vas?” Le expliqué que uno no va a las ferias solo a comprar. Vas para observar, aprender, conectar ideas, y descubrir el trabajo de los artistas. No todo gira en torno a lo transaccional; navegar por el arte va mucho más allá de adquirir piezas.
Un proyecto así es una oportunidad única. Lo que más me moviliza en lo profesional es la posibilidad de tender puentes: reunir a expertos en distintas áreas, destacar los nombres de todos los involucrados, y escoger a las mejores personas. Este enfoque da como resultado algo mucho más poderoso. Además, creo firmemente en “evangelizar” sobre el poder del arte: demostrar que trabajar con arte no depende de tener un presupuesto elevado, sino de entender que adquirir arte es posible en todos los niveles.
¿Trabajar con artistas ha sido desafiante?
En mi caso, no ha sido complicado por dos razones:
En las sesiones de Antenna, casi siempre estás acompañada de tu hija, Pola, y hemos visto cómo ha crecido rodeada de arte. ¿Cómo ha sido criarla en este mundo?
Pola tiene una personalidad muy particular: es una niña tranquila y fácil de llevar. Si fuera un terremoto probablemente no podría convivir conmigo de la manera en que lo hacemos. A los siete meses hizo su primer viaje a Nueva York, donde la llevé al Whitney y a recorrer galerías. Para mí, la maternidad siempre ha sido integrar a mi hija en mi vida, no construir una vida exclusivamente para ella. No soy del tipo de madre que pasa todo el día en Disneyland o en Mampato; nuestra vida juntas ha sido distinta.
Recuerdo una Sesión Antenna con Iván Navarro que fue un sueño hecho realidad como madre: Pola estaba sentada en el piso, escuchando atentamente la conversación, mientras dibujaba las obras en su cuaderno. Esos pequeños momentos son una especie de fantasía maternal que he tenido la suerte de ver cumplida.
Hoy, con nueve años, Pola ya ha ido a cuatro Bienales de Venecia. Cuando vamos a ferias o exposiciones, explora a su manera: navega por los espacios, toma fotos con su cámara, me muestra las obras que le gustan y me pide que le saque fotos a ella con ellas. No sé hacia dónde la llevará todo esto, pero lo que veo es que está absorbiendo todo, haciendo conexiones y estableciendo relaciones. Pola hace cerámica desde los cuatro años, hace bordado, prueba todo tipo de comida, es súper curiosa y se adapta a todo. Experimenta cosas.
Hoy en día nos invitan a tantas frivolidades: la crema, el zapato, el universo de los influencers. No es una crítica porque entiendo que así es el mercado, pero es muy aburrido. En contraste, cuando participas de una Sesión Antenna te encuentras con un contenido profundo y siempre vas a aprender algo significativo. Es un panorama completamente diferente. Esa es una de las grandes virtudes de la comunidad: te ofrece un aprendizaje con contenido real, que va más allá de si el artista te gustó o no. Se trata de entender un proceso, una técnica, o incluso una forma de ver el mundo, algo que pocas veces encuentras en otras experiencias.
De todas las sesiones, las que más me gustan son aquellas donde entramos en la intimidad del artista. Es fascinante comprender cómo han vivido y padecido el arte, cómo han transformado experiencias de vida difíciles a través de su obra. Esos momentos en los que el arte se convierte en un medio de resiliencia y reinvención son, para mí, los aprendizajes más valiosos.