Gracias a la actividad cultural de los países es posible encontrar los rasgos que definen la identidad de su nación, las directrices de su política, su forma de dialogar y de mostrarse al mundo y sus principales elementos diferenciadores. Y es bajo este contexto que música, artes visuales, literatura, teatro y cine no son solamente disciplinas artísticas sino que, también, espacios de desarrollo y de comunicación humanos en su sentido más amplio, abarcando ámbitos económicos, políticos y sociales.
Felix de Vicente (1962) es un economista y empresario chileno, ex ministro de Economía, Fomento y Turismo. Este texto es un extracto del libro Cultura: Oportunidad y Desarrollo generado por el Ministerio de las artes, las Culturas y el Patrimonio en el año 2012, donde autores de diversos ámbitos de las políticas públicas, educación, innovación, urbanismo, economía, tecnologías y arqueología– abordan los cruces que existen entre el desarrollo cultural y el desarrollo económico del país, analizando las oportunidades que se abren en este proceso.
Un país que se proyecta al mundo a partir de sus atributos más característicos, sean estos geográficos, artísticos, religiosos, económicos o políticos, fortalece sus cimientos en su historia, su gente y, por sobre todo, en su cultura; entendiéndose por cultura todo el quehacer de un grupo humano determinado, en un espacio territorial definido.
Gracias a la actividad cultural de los países es posible encontrar los rasgos que definen la identidad de su nación, las directrices de su política, su forma de dialogar y de mostrarse al mundo y sus principales elementos diferenciadores. Y es bajo este contexto que música, artes visuales, literatura, teatro y cine no son solamente disciplinas artísticas sino que, también, espacios de desarrollo y de comunicación humanos en su sentido más amplio, abarcando ámbitos económicos, políticos y sociales.
Considerando lo anterior, y teniendo en cuenta que la cultura es inherente al ser humano, es responsabilidad de los Estados fomentar su crecimiento para lograr un mejor desarrollo de las naciones. Las políticas públicas de educación y acceso a la información cumplen este rol, como también el de rescatar las costumbres ancestrales y las raíces artísticas para conservarlas y traspasarlas a las nuevas generaciones.
Sin embargo, el desafío no termina en el rescate, sino que en acoplarlas de manera dinámica para brindarles la vigencia necesaria en la actualidad, para que puedan proyectarse en el futuro.
Si se trata de carácter intelectual, Chile cuenta con dos Premio Nobel de Literatura, y con músicos y artistas plásticos de brillante trayectoria y gran prestancia internacional. Todos estos elementos son signos de una práctica cultural, clave a la hora de presentar nuestras credenciales en el exterior, ya que la cultura es, también, el sello del grupo humano acuñado bajo el concepto de nacionalidad.
En estas últimas dos décadas, los lineamientos de hacia dónde quiere ir Chile han definido sus pautas de comportamiento. Dar el salto hacia una nación desarrollada ya dejó de ser un objetivo inalcanzable, convirtiéndose en un proyecto a corto plazo para el cual se trabaja incansablemente.
Ese tan anhelado logro no implica solamente alcanzar un determinado ingreso per cápita a partir del crecimiento económico, ni cumplir con los estándares internacionales que ubicarían a Chile entre las naciones que comparten el ser “desarrolladas”. Por el contrario, alcanzar el “desarrollo” involucra mejorar el acceso de la población a bienes y servicios cada vez más sofisticados, de mejor calidad.
El acceso a la cultura es una de las preocupaciones y ocupaciones de los llamados países desarrollados. No es un secreto que países como Suecia o Alemania, con industrias exitosas, son también países en los que el arte y la cultura ocupan un lugar relevante en la agenda pública, como actualmente, tampoco es un secreto que las naciones desarrolladas, con mayor índice de PIB per cápita, son las que tienen políticas culturales más fortalecidas, elevadas cifras de asistencia y mayor acceso a la cultura.
No parece descabellado o disonante que la cultura, en su concepción artística, sea un parámetro para definir estándares de liderazgo y de economía, ya que desde siempre ha sido un elemento clave y de posicionamiento para definir poder y riqueza.
Las industrias creativas se entienden como “todo proceso de creación, producción y distribución de bienes y servicios que utilizan creatividad y capital intelectual como insumos primarios y comprende un conjunto de actividades basadas en el conocimiento centrado en las artes, pero sin necesariamente limitarse a ellas, que tengan una generación de ingresos gracias a los derechos de propiedad intelectual”.
De esta manera, la economía también ha visto una fuente prometedora de ingresos y de posicionamiento de imagen en las industrias de corte cultural, las cuales se perfilan en la actualidad como una de las mayores impulsoras para los países en vías de desarrollo.
Bajo este prisma la sustentabilidad cultural es un buen aliado al momento de pensar en las herramientas para alcanzar el desarrollo. El idioma de las obras de arte, la creación de objetos de diseño, el sello de identidad de una película o la conservación en buen estado de los sitios de patrimonio cultural son los puntos de valoración de esta industria creativa de cara al mundo.
Sin embargo, las principales conclusiones del informe indican que la subestimación del proceso de creación y producción, la irrelevancia que algunos gobiernos confieren a las políticas culturales, la ausencia de datos duros frescos que reflejen los resultados de esta industria creativa y las amenazas de la tecnología frente al resguardo de la propiedad intelectual son los principales obstaculizadores de este proceso.
Se ha avanzado en la construcción de una institucionalidad cultural: sin embargo, esta requiere fortalecerse y ser más integradora respecto al fomento de las industrias y a la creación, así como a la protección, del patrimonio. Si no hay una oferta cultural llamativa no existe un público cautivo, mientras que sin público no es necesario destinar espacios ni recursos para estas actividades.
Es por esto que la cultura es también una responsabilidad de Estado, ya que es este organismo el que debe preocuparse de que exista el apoyo necesario para el desarrollo y posicionamiento de la industria, además de una regulación legal que resguarde los intereses y derechos propios de los artistas locales.
Uno de los ejemplos más ilustrativos de lo anterior es lo que ocurre con el cine. Hace 20 años, aproximadamente, las películas chilenas no tenían una promoción sostenida y atractiva en el extranjero. Es por esto que a mediados de la década de los 90 la explosión del cine chileno y su internacionalización parecían más las consecuencias de un boom que de un proceso paulatino y de proyección futura. Sin embargo, fue el resultado de un trabajo conjunto entre artistas y políticas públicas en pro del desarrollo nacional los que trajeron consigo sustentabilidad de la industria, reconocimiento y confianza desde el mercado extranjero.
En efecto, no hay forma más efectiva que proyectar la imagen país de Chile que apoyando la difusión e internacionalización tanto del cine chileno como de su producción literaria y artística.
Chile puede posicionarse como una nación con un nivel de desarrollo interesante, que considera relevante el apoyo a la cultura y que, por lo mismo, apuesta por ella y le brinda el soporte para lograr el impulso necesario. De esta manera, artista y propuesta pueden ser embajadores de nuestra realidad en cualquier escenario del mundo.